El masaje es posiblemente la terapia más antigua que se conoce y la más universal. Se ha practicado en todas las grandes culturas y en todas las épocas. Y en nuestros días existe en sus múltiples variantes, pudiéndose clasificar por el objetivo terapéutico que perseguimos: deportivo, descontracturante, relajante, circulatorio, etc; y también por su lugar de origen y la peculiar técnica que lo caracterice: tailandés, balinés, lomi-lomi, tuina, terapéutico, etc.
El masaje favorece en gran medida al bienestar físico y psíquico y puede contribuir a aliviar y recuperar dolencias y lesiones. Es eficaz tratando tensión muscular, contracturas, tendinitis, esguinces; activa la circulación mejorando el retorno venoso y la oxigenación de los tejidos; estimula y limpia la piel; y proporciona a nivel emocional y psíquico beneficios indiscutibles.
Un cuerpo flexible, oxigenado, sin moléstias ni dolores y con la energía movilizada es imprescindible para un buen descanso durante el sueño, para restablecernos del cansancio y agotamiento que nos produce la vida moderna, para evitar y prevenir posibles lesiones y para gozar de alegría, optimismo y una visión positiva.