La disfunción eréctil o impotencia, como
también suele denominarse, no es una consecuencia inevitable del
envejecimiento. Sin embargo, con la edad, el porcentaje de hombres que sufren
este trastorno aumenta considerablemente.
Detrás de las disfunciones eréctiles en
muchos casos hay causas físicas, como enfermedades, o farmacológicas, efectos
secundarios de los medicamentos. En otros muchos casos se desconoce la causa.
La medicina tradicional china considera la
función eréctil como una función más del organismo. Cuando el estado es óptimo
las funciones orgánicas se desarrollan sin problema. Pero cuando se produce un
descenso de las reservas energéticas, cuando la vitalidad no se expresa de
manera pletórica, la naturaleza deja de atender aquellas funciones que no son
necesarias y conserva aquellas que son esenciales.
En este sentido, la relación sexual en el
hombre no sólo requiere un tono vital suficientemente alto, sino que en sí
misma, el acto de eyacular implica un enorme desgaste energético. Eligiendo con
sabiduría la naturaleza es muy posible que decida suprimir una función que
dadas las circunstancias aceleraría el vaciamiento energético y con él, la
decrepitud.
Estimular una función de forma química o
artificial, forzándola a que se produzca, si no existen las condiciones para
sostenerla, según la visión de la medicina tradicional china es un “suicidio”.
El sentido adecuado no debe ser el producir
la erección a toda costa, sino nutrir la deficiencia, restablecer las energías esenciales,
dedicar un tiempo a tonificar los aspectos más internos del organismo. Si lo
hacemos así, existen muchas posibilidades de recuperar la función eréctil, pero
por encima de esto, estaremos aportando al cuerpo un mayor vigor que se
traducirá en un mejor estado de salud física y mental.
Si de lo contrario, estimulamos una función
que el cuerpo ha dejado de atender y la provocamos para que se produzca,
estaremos acentuando la más que posible deficiencia de fondo que ya debe
existir.
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