El ritmo de vida que llevamos, las presiones
a las que estamos sometidos, las necesidades creadas por la sociedad –y la
publicidad-, las carencias afectivas, la desestructuración familiar, los malos
hábitos, y un largo etcétera, obligan a un gran número de personas a acudir al
médico en busca de un remedio o tratamiento que les ayude a controlar las
crisis de ansiedad, los estados de angustia, la depresión, el duelo, las
preocupaciones y los miedos, para poder dormir y después levantarse… No estamos
hablando de unos pocos casos. El volumen de fármacos ansiolíticos, sedantes,
que se receta y dispensa en las farmacias nos habla en nuestras sociedades
desarrolladas de una auténtica pandemia encubierta, de la que apenas se
considera una noticia, pero que, silenciosa, está más presente de lo que tal
vez imaginemos.
La Medicina Tradicional China considera las
emociones una parte fundamental de su valoración y de su diagnóstico. De este
modo, atribuye a cada una de las principales emociones al ámbito de alguno de
los órganos, por ejemplo, el miedo corresponde al Riñón, la tristeza al Pulmón,
la ira al Hígado, las preocupaciones al Bazo y así sucesivamente. Esta terapia
milenaria examina el estado de los órganos en cuanto al área funcional y actúa
allí donde detecta la desarmonía.
Lo importante es que no se limita a sedar o
a inhibir determinadas respuestas como remedio casi único ante problemas
emocionales y mentales, sino trata de resolver la raíz.
La Medicina Tradicional China resulta un
complemento ideal a la terapia psicológica, y viceversa, de modo que se actúe
sobre lo físico a la vez que sobre lo psíquico, sin perder de vista que ambos
están íntimamente relacionados. Así, una desarmonía en lo físico repercute en
el estado psíquico pudiendo causar trastornos emocionales y mentales; y una
desarmonía psíquica terminará somatizándose y se manifestará con el tiempo en
lo físico generando enfermedades o disfunciones.