martes, 19 de marzo de 2013

El arte de diagnosticar

El pensamiento chino observa a todo fenómeno como una relación de energías que interactúan entre sí. Esas energías, en nuestro mundo igual que en el universo, pueden presentarse en forma de actividad (Yang) o bien en forma de materia (Yin). Ambas estarán siempre relacionadas e inseparablemente unidas, de tal modo que la actividad siempre tendrá un asiento material por sutil e imperceptible que este sea y la materia siempre poseerá actividad por estática, sólida e inamovible que parezca.

Esto es lo que permite reducir cualquier fenómeno a términos de Yin y Yang. De la relación entre ellos depende la armonía de todo lo que existe. El diagnóstico en la medicina tradicional china es un fiel reflejo de este principio. Toda desarmonía, o sea, enfermedad, puede expresarse en términos de exceso o insuficiencia de actividad o materia y de cualquier combinación entre ellas. Una vez se determina la relación entre Yin y Yang es preciso localizar dentro de la unidad corporal su ubicación. Mediante el profundo conocimiento de las leyes que conectan unas partes con otras y del modo en que circula la energía por el organismo, el médico chino puede intervenir para corregir el desequilibrio y así "curar" la enfermedad.

Para la medicina tradicional china todos los síntomas y signos clínicos no son más que indicadores y guías que de saber interpretarlos conducen hasta el origen del desarreglo. Pero no son la enfermedad, sólo su manifestación visible, su consecuencia directa.

Saber que el todo es el reflejo de las partes y que a su vez cada parte refleja el conjunto permite a la medicina china poseer un sofisticado método de diagnóstico natural. Para el pensamiento chino, diagnosticar es el arte aprender a ver la esencia de los desequilibrios, del mismo modo que saber vivir depende de discernir lo importante de lo intrascendente.

Contracturas musculares y tendinitis



Se define como contractura muscular a la contracción prolongada de carácter pasajero o permanente que afecta a uno o más grupos musculares sin que exista lesión de sus fibras.

Se caracterizan por cursar con dolor localizado, que puede irradiarse y que en muchas ocasiones impide el movimiento parcial o completo. También es palpable un endurecimiento del músculo y suelen localizarse en espalda, principalmente en la zona superior, y el cuello.



Se define como tendinitis (tendonitis) a la inflamación de un tendón. Es decir, de la banda de tejido conectivo denso que conecta el músculo con el hueso. Esta lesión es dolorosa, limita la fuerza y el movimiento. Su recuperación es larga y si no se tarta se cronifica dando lugar a un dolor sostenido en el tiempo o a sucesivas crisis recurrentes. Según su localización y el tendón afectado recibe un nombre específico. Son habituales en el codo, muñecas, tobillo, hombro, etc.



Las causas reconocidas de estas lesiones son el cansancio, el mal entrenamiento deportivo, una mala alimentación, el estrés y el nerviosismo, las malas posturas, un estiramiento brusco o un traumatismo.



El tratamiento básico consiste en reposo activo, masaje específico y estiramientos, ultrasonidos, termoterapia y en algunos casos de tendinitis graves y crónicas, la intervención quirúrgica.

En Medicina Tradicional China, además de lo anteriormente citado se emplea la acupuntura y la aplicación de ventosas con excelentes resultados.



Sin embargo, hay una cuestión que suele pasarse por alto. Es imprescindible, en caso de sufrir habitualmente contracturas y problemas de tendinitis, examinar el estado de los órganos internos según los principios de la medicina tradicional china. Porque si existen disfunciones internas no se logrará un resultado óptimo a menos que se corrijan. De este modo si se observa una insuficiencia Yin de Hígado o Riñón probablemente existirá debilidad de tendones así como otros síntomas aparentemente no relacionados. Y si existe una insuficiencia de Bazo probablemente no se generará una sangre capaz de nutrir bien los músculos. Es decir, en los casos crónicos hay que averiguar si hay una causa subyacente a las habitualmente consideradas como el ejercicio, el cansancio, la repetición de movimientos, etc.



Una vez determinado el origen es posible tratar integralmente el problema y no sólo en su sintomatología.

sábado, 16 de marzo de 2013

¿Sufres ansiedad con la comida?



¿Sientes que tú controlas lo que comes o por el contrario los impulsos te dominan a ti? ¿Sientes que comes rápido, con necesidad? ¿Sientes que necesitas alcanzar la sensación de plenitud? ¿Sientes que picarías a todas horas? ¿Sientes que necesitas dulces?

Si en mayor o menor grado la respuesta a estas preguntas es afirmativa es que existe ansiedad. Y casi se puede asegurar que una gran parte de la población, tanto femenina como masculina, la sufren.

El origen de la ansiedad es, por lo general, múltiple. Mencionaremos en este artículo dos de las causas más relevantes: el estado emocional, estrés, nerviosismo, etc., y por otro lado los malos hábitos alimenticios. Ambos suelen combinarse para dar un cuadro de ansiedad reflejado en la comida. A menudo, se atribuye la causa raíz de la ansiedad casi de manera exclusiva al ámbito emocional. Entonces al producirse el desequilibrio nervioso, este, influye directamente en el descontrol en la comida.
En este artículo nos centraremos específicamente en los malos hábitos alimenticios como causa de la ansiedad. Hemos observado que la mayoría de los tratamientos van en el sentido de ayudar a gestionar el estrés y las emociones ya sea con psicoterapia o con complementos o con ambos combinados. Y estamos de acuerdo con esta estrategia. Sin embargo, en la mayoría de los casos, aunque ayuda, no resulta suficiente. Por esta razón queremos centrarnos en el aspecto dietético.

El cuerpo humano realiza una serie de funciones vitales y nos permite llevar a cabo innumerables actividades físicas y cognitivas. Para desempeñar sus obligaciones requiere un aporte externo que pueda gestionar de manera que obtenga energía y materia reparadora. Los impulsos de sed y hambre obedecen a una medida elemental que asegura nuestra subsistencia. Cuando las reservas se agotan o es preciso un aporte extra, cuando perdemos líquidos que dificultan la homeostasis y cuando se precisan determinados materiales esenciales se ponen en marcha los mecanismos del hambre y la sed. Comemos y nos reponemos.

Pero ¿qué ocurre si no saciamos las necesidades metabólicas del organismo? Pues que este seguirá enviando mensajes de hambre. Al llenar el estómago, normalmente en exceso, se da la orden al cerebro para que paremos de comer, pero poco tiempo después se vuelve a sentir el impulso de seguir comiendo. Dicho de manera simple, el cuerpo no nos dejará en paz a menos que le proporcionemos aquellos nutrientes que precisa. Si no lo hacemos, no podremos escapar al ciclo de la ansiedad.
Si no cubrimos las necesidades biológicas de hidratos de carbono, lípidos, proteínas, minerales, vitaminas de manera óptima seguiremos experimentando impulsos difíciles de controlar.

Ponemos un ejemplo relacionado con el impulso por los dulces. Los azúcares o hidratos de carbono constituyen la fuente fundamental para obtener energía. Si estos son insuficientes nos sentimos débiles, cansados, con poca energía. Lo que ocurre es que en general se suelen consumir azúcares de asimilación muy rápida como por ejemplo los dulces y pastas de pastelería y repostería. Esto produce un súbito incremento de azúcar en sangre que obliga al páncreas a un esfuerzo para gestionarlo. Al poco rato se produce la bajada en picado de los glúcidos y volvemos a sentir el impulso de comer otra vez. Sin embargo, si hubiésemos consumido azúcares de asimilación lenta como los cereales integrales no habríamos sufrido un súbito incremento del azúcar en sangre, no habríamos forzado al páncreas y habríamos obtenido energía de manera continuada y estable. De este modo aguantaríamos hasta la siguiente ingesta sin sentir el apremio de picar o el característico bajón. Pues bien, del mismo modo sucede con toda la complejidad de nutrientes que el organismo precisa.

En contra de lo que pueda parecer no resulta complicado adquirir unos hábitos alimenticios saludables ni implica someterse a rígidas pautas ni dietas. Podemos cubrir de manera óptima nuestras necesidades de forma fácil y sencilla. Si lo hacemos así resultará más factible dominar la ansiedad que proviene exclusivamente del estrés emocional al tiempo que este, también se verá reducido. De lo contrario podemos alcanzar con esfuerzo un alto autodominio mental pero nuestra biología seguirá generando impulsos con el único fin de asegurarnos nuestra subsistencia. Si hacemos caso omiso de las señales y seguimos alimentándonos de modo erróneo nos exponemos a padecer futuras patologías, estados crónicos y complicaciones.
 
No es sencillo aplacar la ansiedad pero con una correcta estrategia es posible y, en absoluto supone un reto imposible. No sólo te quitarás la ansiedad sino que además beneficiarás tu salud en todos los aspectos.

DIETA OCCIDENTAL: ¿OPULENCIA O DEFICIENCIA?



En nuestra sociedad occidental vivimos una singular paradoja en el aspecto dietético. De una parte, tenemos al alcance una extraordinaria variedad y, sobre todo, cantidad de alimentos, mientras que de otra parte encontramos un incremento significativo de enfermedades producidas por deficiencias.

Es cierto que podemos determinar que la abundancia es mayúscula, especialmente cuando la comparamos con otros muchos lugares del planeta donde realmente se sufre escasez o sencillamente las dietas son más reducidas en cuanto a ingredientes y también cantidad.

De esto podemos deducir, y de hecho en muchas ocasiones es así, que el exceso es el origen predominante de muchas disfunciones metabólicas y orgánicas. Sin embargo, cuando se estudia con mayor profundidad encontramos grandes deficiencias generalizadas en la población. Es decir, que el ingerir grandes cantidades de comida no garantiza en absoluto que se cubran las necesidades de nutrientes que requiere el organismo para su correcto metabolismo.


La casi totalidad de alimentos que se nos ofrecen han sido refinados, procesados y desnaturalizados de tal modo que durante su preparación hasta llegar a las estanterías de los comercios han perdido casi todos sus componentes nutritivos. Ocurre lo mismo con las carnes de granja y el pescado de piscifactoría. Y también con la fruta y la verdura que es ayudada artificialmente para incrementar su producción más allá de lo natural.

Ante esta situación, debemos comenzar a distinguir entre comestibles (aquello que puedo comer y me sacia) y alimentos (aquello que puedo comer y me nutre).

Si no lo hacemos, seguiremos viviendo entre las patologías causadas por el exceso y, a la vez, por la deficiencia.



Según nuestra experiencia, la mayoría de las patologías responden a este patrón entre otros factores específicos. No basta con eliminar los excesos. Es imperativo cubrir de manera óptima las deficiencias. De otro modo seguiremos observando cómo se incrementan todo tipo de leves —y graves— patologías crónicas como alergias, resfriados recurrentes, sobrepeso, problemas cutáneos, disfunciones del período, dificultad para quedarse embarazada, y un largo etcétera.

viernes, 15 de marzo de 2013

La mujer y la dieta vegetariana



Es muy frecuente encontrarse con una mujer que desea cuidar su salud y también su aspecto físico y que pone especial énfasis en su dieta. Se informa y de manera lógica y sensata opta por una dieta que si no es vegetariana estricta sí tiene una predominancia muy marcada de vegetales y frutas. Es correcto desde el punto de vista fisiológico ya que nuestra constitución está más cerca de la estructura herbívora que de la carnívora. Con esta decisión se asegura que los productos tóxicos quedan limitados en su cuerpo y en especial, los residuos procedentes de la metabolización de las carnes. Además, evita las grasas saturadas de difícil eliminación y que se acumulan en los tejidos. A su vez, un metabolismo más liberado gestiona mejor sus propias reservas.


Visto esto, coincidimos en que la dirección es correcta y la intención es adecuada. Pero deseamos hacer una advertencia, una reflexión o sencillamente un toque de atención al respecto.


En nuestra experiencia hemos encontrado numerosos casos de mujeres —y varones— que han optado por una dieta frugal, de ensaladas frescas casi todo el año y de platos de verduras del tiempo. Estas personas, con el tiempo han mostrado signos de debilidad, cansancio o enfriamiento. Y esto es debido a que sus dietas vegetarianas no son óptimas. Queremos subrayar que el problema no es la dieta vegetariana en sí misma, sino cómo se lleva a cabo esta dieta en lo que respecta tanto a nutrientes como a la elaboración de los mismos.


Es frecuente encontrar mujeres que llevan a cabo dietas vegetarianas estrictas o casi estrictas y sin embargo no reducen las retenciones de líquidos localizadas en determinadas zonas. Y que también muestran otros signos de disfunción. Estas personas siempre se suelen hacer la misma pregunta ¿Cómo es posible comiendo lo que como y, sobre todo, de la manera en que lo cocino ya que casi todo es fresco o crudo, que no adelgace o que tenga “problemilla” de salud?


La respuesta está en una dieta que “enfría” en exceso el sistema digestivo, que merma la capacidad digestiva y de asimilación y que debilita las funciones orgánicas. La solución pasa por incrementar el poder digestivo y de asimilación y por aumentar el “calor” interno. Esto se consigue abriendo el espectro de la dieta vegetariana —porque no es necesario renunciar a ella en absoluto— y contemplar un equilibrio proporcionado entre cereales, verduras, legumbres, semillas, aceites, frutos y frutas. Además, y muy importante, el método de preparación y cocinado. Vegetariano no significa crudo y fresco. La experiencia nos ha demostrado la importancia de la cocina de los alimentos. Y cada época del año prefiere una forma de preparación. Así, si en verano es más recomendable ensaladas frescas —no sólo de lechuga— en invierno hay que limitar su consumo.

Gozar de una salud óptima no sólo consiste en depurar y no ingerir alimentos que dejen residuos, sino que depende y mucho de fortalecer y comer alimentos que nutran y conserven el poder digestivo.